Hay mucho escrito sobre estilos de dirección y liderazgo. Lo que está claro es que liderar va de dirigir un equipo, de acompañarlo, de llevarlo por un camino, de orientarlo a una meta, de lograr unos resultados juntos y de desarrollarnos. Es una relación persona – persona, con el plus de persona – grupo.
Y, para estar en los mejores equipos de alto rendimiento, la única forma de liderar es desde el amor. Desde el amor a nuestros equipos, a cada persona del mismo, queriéndole, valorándole, asumiéndole como es, potenciando sus habilidades y sus puntos de mejora, desarrollándole.
Liderar equipos se puede equiparar a liderar (educar) a tus hijos. Que queremos lo mejor para ellos, les damos lo que podemos o no les damos lo que no consideramos bueno, los mimamos y los reñimos, les marcamos pautas de actuación y comportamiento, esperamos unos resultados suyos en sus quehaceres diarios, etc. Todo ello desde el amor, desde la búsqueda de su mejor desarrollo personal y formativo.
Similarmente, en nuestro día a día con nuestro equipo, debemos asumir funciones y responsabilidades como lider, pero desde ese cariño que les profesamos:
- Quiero a mi equipo, a cada uno, con sus particularidades
- Asumo que todos son parte del equipo y aportan. Si no, fuera, el equipo no lo merecería.
- Tienen virtudes que potencio, para el bien de todos y el suyo propio
- Sus puntos más flojos, les ayudo a superarlos y los compensamos entre el resto de equipo.
- Somos claros y transparentes. Comunicamos al nivel más alto posible para saber qúe queremos, hacia dónde vamos, cómo lo planteamos, qué hace cada uno, qué se espera y qué vamos a lograr.
- Les escucho. Porque tienen mucho que decirle al equipo y a mi.
- Les exijo. Los resultados y su propio desarrollo vienen de la exigencia, no de la dejadez.
- Premio a los míos. Conozco sus motivaciones y procuro darles una «chuche» cuando se merece.
- Les regaño. Cuando las cosas no son cómo tienen que ser.
- Les desarrollo. Mañana serán mejores que hoy. Y mañana, el equipo, será también mejor que hoy.
- Hacemos seguimiento de todo. Tengo presencia o llamadas constantes con ellos, en grupo y por privado.
- Celebro con ellos. Los crecimientos y resultados, se celebran, sus días importantes, también.
- Disfruto. Sí, disfruto mucho de lo que hago con los míos. Hasta en los momentos duros de superar obstáculos.
- Delego. Delego funciones, porque tengo un equipo que, hasta en muchos aspectos, sabe hacer las cosas mejor que yo. Pero la responsabilidad no la delego, esa es mía y no escurro el bulto.
- Los recrimino y los animo. Hay momentos para todo. En su medida.
- Tengo presencia, estoy ahí. Me tienen para lo que necesiten. Más allá del trabajo, del día a día. Mi teléfono saben que está veinticuatro horas a su disposición.
- Modulo mi estilo de liderazgo con cada uno. En función de cómo es la persona, de cada necesidad y cada situación, del momento que esté pasando él o el negocio.
Y todo ello, desde el amor, desde querer lo mejor para cada uno y para todos, generando #EmpresaconAlma.
Si no, no sería un equipo, sería, como mucho, un grupo de trabajo sin alma.